Mara Beatriz de Mdena, una reina italiana para Inglaterra
María Beatriz de Módena (1658-1718) ha pasado a la Historia de las Casas Reales por ser la única italiana en convertirse en Reina de Inglaterra, a través de su matrimonio con el rey Jacobo II (1633-1701). Quizás por este hecho, la reina María Beatriz no gozó del favor del pueblo inglés, que no solo censuraba su origen extranjero, sino, sobre todo, el hecho de que se tratara de una mujer de confesión católica en un país mayoritariamente protestante. Precisamente sería el miedo a que una dinastía católica se pudiera afianzar en Inglaterra el que llevaría al estallido de la llamada Revolución Gloriosa en 1688, por la que los reyes Jacobo II y María Beatriz fueron depuestos del trono y condenados al exilio. Mujer de gran dignidad, alabada por su belleza y por su tenaz carácter, su biografía ocupa hoy estas líneas.
Nace María Beatriz Eleonora Ana Margarita Isabel d’Este el 5 de octubre de 1658 en Módena. Sus padres, Alfonso IV d’Este (1634-1662) y Laura Martinozzi (1639-1687), eran los Duques de Módena, estado italiano existente desde 1452 hasta 1859. Apenas dos años después haber nacido la pequeña María Beatriz, su padre, hombre de muy frágil salud, fallece a los veintisiete años de edad. El único hermano de María Beatriz, Francisco (1660-1694), sucede a su padre a la cabeza del Ducado, si bien es su madre la que ejerce la regencia hasta su mayoría de edad. La Duquesa es una mujer muy estricta y una convencida de que la educación era un elemento de gran importancia para sus hijos. Así la futura reina inglesa aprende precozmente a hablar de forma muy fluida el francés y el inglés, además de su lengua natal, el italiano. Asimismo, su madre se hace acompañar de ella en sus muchos viajes a París, donde la joven italiana se convierte en una atracción dentro de la corte de Luis XIV (1638-1715). La razón de su popularidad entre la aristocracia francesa era sin duda su epatante belleza, tal y como recogen las crónicas de la época, que recalcan su considerable estatura y su proporcionada y elegante figura.
La frívola vida cortesana, basada en grandes fiestas y pomposos ceremoniales, no llama la atención de María Beatriz, mucho más inclinada a las actividades intelectuales y al recogimiento religioso. Tanto es así que durante un tiempo la futura Reina barajó de forma seria ingresar en un convento carmelita y hacerse monja. Si bien María Beatriz sería durante toda su vida una fervorosa creyente, su destino estaría lejos de los pasillos de ningún monasterio, sino, todo lo contrario, en el Palacio Real inglés.
En Londres, Jacobo, Duque de York, segundo hijo del rey Carlos I (1600-1649), enviuda. Su esposa Anne Hyde (1637-1671), con la que había tenido dos hijas, Lady María (1662-1694) y Lady Ana (1665-1714), fallece de un cáncer fulminante en 1671. Desde ese momento su viudo comienza la búsqueda de una sustituta. Además de necesitar a una esposa que bregara con sus dos hijas, su objetivo tenía un cariz político. Su hermano, el rey Carlos II (1630-1685), no había conseguido engendrar descendencia con su esposa, la portuguesa Catalina de Braganza (1638-1705) –aunque sí una larga retahíla de hijos ilegítimos con incontables amantes-, por lo que tras su fallecimiento sería su hermano Jacobo el que ocupara trono inglés. Precisamente sería el Rey el que animaría a su hermano a encontrar una nueva mujer. Jacobo acepta, con la únicas dos condiciones de que la elegida sea de gran belleza, para así evitar la tentación de mantener relaciones extramaritales, y de que, al igual que él, profesara la fe católica.
El Conde de Peterborough (1621-1697) es el elegido por el Duque de York para buscar por Europa una candidata idónea. Según relatan las crónicas, el Conde, al llegar a la corte de Módena quedó completamente fascinado por la joven María Beatriz, que en aquellos momentos contaba con catorce años de edad. Especialmente su pelo negro azabache y sus ojos oscuros encandilaron al Conde, que de inmediato comunicó a los Duques de Módena la propuesta de matrimonio del Duque de York. La Duquesa se mostró reticente al matrimonio de su hija con el futuro Rey inglés, una vez que tenía puestas las esperanzas en que su hija casara con Carlos II de España (1661-1700). Por otro lado, la propia María Beatriz se mostró en primera instancia totalmente contraria a casarse con un hombre veinticinco años mayor que ella y de tener que trasladarse a la lejana Inglaterra. Solo una carta del Papa, en la que el Santo Padre la conminaba a contraer matrimonio con el Duque de York, terminó convenciéndola. La boda por poderes y de carácter católico se celebraba el 30 de septiembre de 1673.
La joven Duquesa de York, acompañada por su madre, llega a Inglaterra y es recibida con frialdad generalizada, una vez que muchos ven en ella el resultado de un complot del Papa para colocar a unos Soberanos católicos en el trono inglés. Ni siquiera la boda protestante celebrada en Dover el 23 de noviembre de 1673 pone fin a las especulaciones. Si bien el Duque se muestra encantado con su nueva esposa, inicialmente el sentimiento no es mutuo. María Beatriz pasa varias semanas encerrada en sus aposentos, llorando desconsoladamente. Poco a poco la amabilidad de su marido parece hacer efecto y María Beatriz recupera la alegría. Otro factor positivo en este sentido parece ser la excelente relación que mantiene con las dos hijas de su marido, de una edad similar a la suya.
Los primeros cinco años de matrimonio fueron los más felices para María Beatriz. Durante este tiempo la Duquesa demostró ser una esposa abnegada, ejerciendo de madre para Lady María y Lady Ana y apoyando a su marido de forma incondicional. Pese a las reticencias iniciales, el rey Carlos II terminó admirando a la joven italiana y es conocido que llegó a afirmar que María Beatriz era “mucho mejor de lo que mi hermano se merece”, aludiendo probablemente a los escarceos del Duque con distintas cortesanas. Igualmente la reina Catalina se convirtió en una amiga sincera de María Beatriz.
Tras ese lustro idílico, la tensión política volvió a hacerse presente en Palacio. El momento culminante se produce en 1678 cuando acontece el llamado Complot papista por el que se desvela un supuesto plan de asesinato del rey Carlos II a manos de agentes católicos. El anti catolicismo en Inglaterra se extiende como la pólvora. Los Duques de York, para evitar conflictos por su catolicismo, son enviados a Edimburgo.
En 1685 el rey Carlos fallece y los Duques de York se convierten en los nuevos Reyes de Inglaterra. A partir de ese momento los esfuerzos de la Reina pasan por convencer a la población inglesa de la bonhomía de su marido y de negar hasta la saciedad que ella o su esposo tuvieran algo en contra de la religión protestante. Pese a su afán, la hostilidad contra ella persistía y se agravaría con el nacimiento del Heredero, Jacobo Francisco Eduardo (1688-1766). El Parlamento inglés alerta de la posibilidad de que el Príncipe sea educado en la fe católica. Finalmente un grupo de políticos propone que Jacobo sea destronado y que la corona pase a su hija mayor, Lady María, y al marido de ésta, el holandés Guillermo de Orange (1650-1702). Inglaterra se sume así en un conflicto civil, conocido como la Revolución Gloriosa que termina con los Reyes, sin apenas apoyos en su país, huyendo a Francia y con la consecuente coronación de Guillermo y María como nuevos Reyes. Jacobo y María Beatriz perdían así el título de Rey y Reina.
Los Reyes exiliados y su hijo se instalan en el Château de Saint-Germaine-en-Laye, a escasos veinte kilómetros de París. Allí, y gracias al apoyo del rey Luis XIV, los depuestos Reyes ingleses establecen una suerte de corte en el exilio. La reina María Beatriz, siempre querida y admirada en tierras galas, hace todo lo posible por defender la legitimidad de su marido como Rey y especialmente la de su hijo como heredero al trono inglés. Jacobo II morirá en 1701 sin haber podido volver a pisar Inglaterra. La Reina siguió apoyando la llamada causa jacobita. Con la muerte de Luis XIV en 1715, el apoyo financiero a la antigua Reina inglesa cesa y ésta pasa sus últimos años sumida en la pobreza profunda y en la tristeza inconsolable por el trono injustamente perdido. En 1718 fallece a causa de un cáncer de mama. Sus restos mortales fueron enterrados en el Convento de la Visitación de Chaillot, que décadas después sería destruido durante la Revolución Francesa. Su hijo, Jacobo Francisco, jamás recuperó el trono usurpado a sus padres.
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