Fallece Isabel II de Gran Bretaa, la Reina de todas las reinas
"La Reina ha muerto en paz en Balmoral esta tarde. El Rey y la Reina consorte permanecerán en Balmoral esta noche y volverán a Londres mañana", con este escueto comunicado el palacio de Buckingham anunciaba el fallecimiento de Isabel II tras siete décadas de reinado que la han convertido en la soberana más longeva de su país y en una de las monarcas de todo el planeta que más años ha reinado en la Historia. Icono de una era y siempre con el sentido del deber como bandera, la Reina de todas las reinas ha muerto a los 96 años después de una vida dedicada al servicio de La Corona. Una mujer cuyo destino inicial no era convertirse en jefa de Estado, pero gracias a su gran responsabilidad y determinación logró no solo ganarse el respeto de su pueblo y de los políticos británicos sino ser admirada por los gobiernos del resto de países. Sin embargo, al principio no lo tuvo fácil. Con tan solo 25 años una jovencísima princesa Isabel subió al trono de una de las principales potencias del mundo.
Los acontecimientos que han marcado la vida de la reina Isabel II
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Se convirtió en la cabeza visible de su país en un tiempo en que las mujeres apenas tenían visibilidad en los asuntos de Estado. Su tenacidad la hizo empoderarse y convertirse en una figura clave de los siglos XX y XXI. Siempre rompedora, logró actualizar la monarquía cuando las circunstancias así lo requerían y lidió con gran profesionalidad con los problemas que se fue encontrado en su reinado y de los que casi siempre salió reforzada. Convirtió el discurso que pronunció por su 21º cumpleaños en el motor de su vida: "Declaro ante todos vosotros que mi vida entera, ya sea larga o corta, será dedicada a vuestro servicio", una promesa que ha mantenido hasta el final de sus días. Ningún otro Rey ha tenido la oportunidad de ver, en primera fila, las grandes y vertiginosas transformaciones sociales, económicas y políticas del mundo ni ha departido con quince primeros ministros. Con su fallecimiento se cierra una era clave para Gran Bretaña.
Su abuela, María de Teck, su primera gran influencia
Cuando nació, por cesárea, el 21 de abril de 1926 en la casa de su abuelo materno del barrio londinense de Mayfair, nadie podía aventurar el increíble futuro que le esperaba a la entonces princesa Isabel Alejandra María. La pequeña Lilibet, como la llamaron primero sus abuelos, luego sus padres y después su marido, el duque de Edimburgo, tuvo una infancia atípica. Era nieta de los reyes Jorge V y María de Teck, pioneros y transformadores de la herencia victoriana que renombraron la Casa Real Sajonia-Coburgo-Gotha, en Windsor, para evitar cualquier reminiscencia germánica en unos tiempos convulsos. También fueron muy modernizadores pues fueron los primeros Reyes que se acercaron a saludar al pueblo en sus actos públicos. A la joven Isabel la marcó especialmente su abuela paterna que no solo la llevaba de excursión a las galerías de arte y museos de Londres sino que tuvo en ella una influencia crucial que forjó su carácter y su fidelidad a la Corona. María de Teck vivió, y sufrió como nadie, la abdicación de su hijo, Eduardo VIII, (después sería el duque de Windsor). No estaba dispuesta a que la monarquía por la que había velado toda su vida volviera a tambalearse. Así que aleccionó a la pequeña Isabel desde el mismo momento en que se convirtió en heredera para que la responsabilidad siempre guiara sus pasos por encima de cualquier otra cosa. Las directrices de María de Teck calaron tanto en Isabel II que la institución cambió para siempre su vida. Durante un año, Gran Bretaña tuvo tres reinas que escenificaban el pasado, el presente y el futuro de una Casa Real que pasó por grandes vicisitudes durante la primera mitad del siglo XX.
Si su abuela y su madre marcaron sobremanera a Isabel II, la llegada de la princesa Margarita, supuso la oportunidad de tener una compañera de vida, una hermana que también fue una leal escudera y uno de sus grandes apoyos, especialmente cuando con apenas diez años, su tío Eduardo VIII renunció al trono para casarse con Wallis Simpson, una ciudadana estadounidense que había estado casada en dos ocasiones. Automáticamente la Corona pasó al padre de Isabel y Margarita, Jorge VI, convirtiendo a su hija mayor en heredera.
Sus padres, unos Reyes modernizadores y muy apreciados
Si con su abuela forjó su carácter, con sus padres aprendió el honor que supuso servir a su país. Jorge VI y su esposa desempeñaron un papel clave durante la Segunda Guerra Mundial y no se alejaron de su tierra ni de los británicos durante todo el tiempo que duró el conflicto, algo que les hizo ganar muchísimos admiradores. Permanecieron en Londres a pesar de los bombardeos alemanes y se convirtieron en un símbolo de resistencia frente al nazismo. Sus hijas fueron trasladadas al Castillo de Windsor y nuevamente Isabel II aprendió otra lección: hay que estar junto al pueblo pase lo que pase. Su madre se convirtió en una verdadera inyección de moral para los británicos y para el propio Rey. Pocas personas como ella apoyaron y comprendieron al monarca con sus problemas de tartamudez. Visitó a las tropas, los hospitales, la fábricas y todos los lugares que quedaron arrasados en Reino Unido, convirtiéndola en un personaje muy querido. Mientras, una adolescente Isabel se preparaba para ser Reina con su primer discurso cuando contaba 14 años, que se emitió en un programa infantil de la BBC con el que quiso dar ánimos a los niños durante la contienda.
Antes de ocupar el primer puesto en la línea de sucesión al trono, Isabel II y su hermana fueron educadas en casa por la institutriz Marion Crawford, bajo la supervisión de su madre que la instruyó en cuestiones protocolarias y de realeza. Después,comenzó a estudiar Historia Constitucional y Derecho. Recibió clases de su propio padre, su gran referente vital y monárquico, y de Henry Marten, vicerrector del prestigioso colegio Eton, donde han estudiado desde príncipes, escritores, diplomáticos y veinte primeros ministros británicos. Fue una gran lectora, especialmente de Shakespeare, Dickens, Austen , entre otros. Como futura gobernadora suprema de la iglesia anglicana fue instruida en religión por el arzobispo de Canterbury. Gracias a sus institutrices belgas y francesas, Isabel II desarrolló un gran dominio de la lengua gala que le sirvió en multitud de encuentros con embajadores y jefes de Estado y en sus visitas a las zonas francófonas de Canadá. Completó su formación con estudios de arte y música. Nunca fue a la universidad pero sabía desenvolverse como pez en el agua entre líderes mundiales y personalidades de todo tipo.
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Su marido, su gran "fortaleza"
La vida y el reinado de la monarca británica no habrían sido los mismos sin la figura de Felipe de Edimburgo, su marido durante 73 años y su más fiel vasallo. Lo conoció siendo una niña de ocho años en la boda de Marina de Grecia y el duque de Kent. Después se verían en otra ocasión hasta que en otro encuentro en el Britannia Royal Naval College, Isabel, de tan solo 13 años, se enamoró del apuesto Príncipe. La pareja se casó el 20 de noviembre de 1947 en una austera ceremonia, ya que Gran Bretaña aún se estaba recuperando de la Guerra. El país quedó muy mermado y las materias primas tardaban en llegar lo que hizo que el racionamiento alimentario se mantuviera vigente hasta 1950, cinco años después del fin del conflicto bélico, que se sumó a la gan deuda que se había establecido con Estados Unidos, uno de los principales aliados contra los nazis.
Su duradero matrimonio, el príncipe Felipe murió el 9 de abril de 2021 a los 99 años, vio cómo llegaron primero sus cuatro hijos, después, sus ocho nietos y mas tarde, sus doce bisnietos. En 2007, la Reina y el duque de Edimburgo se convirtieron en la primera pareja de la Familia Real en celebrar su aniversario de diamantes (60 años) que llegó después de unos años noventa tormentosos donde tres de sus cuatro hijos se divorciaron. Tras una vida juntos, Isabel II se dirigió a su marido con estas palabras: “Es alguien a quien no le gustan los cumplidos fácilmente. Él ha sido, sencillamente mi fortaleza y mi permanencia durante todos estos años. Su familia, este y otros países y yo le debemos una deuda mayor de la que podría reclamar”. La ascensión al trono de la Reina puso sobre la mesa el asunto de si la Casa Windsor debía renombrarse por Mountbatten, apellido de su esposo, algo que no consintió la reina María de Teck que informó a Churchill del asunto. El primer ministro insistió en que se debía mantener el nombre de Windsor. El duque en privado se mostró irritado y dijo: "Soy el único hombre en el país al que no se le permite darle su nombre a sus hijos". Años más tarde, Isabel II ordenó que los descendientes masculinos que no llevasen el título de ateza real o príncipe llevarán el apellido Mountbatten-Windsor.
Sus felices años como recién casada
Los primeros años del matrimonio transcurrieron en Malta, en Villa Guardamangia, la única residencia que la Reina tuvo en el extranjero. Fue una época donde por primera y única vez, Isabel II siguió a su marido y no al revés. El duque de Edimburgo sirvió en la Marina Real británica como oficial en el barco HNMS Chequers, destinado en el Mediterráneo. En Malta disfrutaron de una vida relativamente tranquila, privada y llena de libertad hasta 1951. Aunque era la heredera se daba por hecho que podría aún disfrutar de algunos años alejada de la primera fila institucional que la sirvieran para prepararse para la Jefatura del Estado. La repentina muerte de su padre, el rey Jorge VI, precipitó la coronación de la Princesa y el matrimonio tuvo que regresar a Londres. "Visitar Malta siempre es muy especial para mí. Me acuerdo de los días felices que pasé aquí con el príncipe Felipe cuando nos casamos", contó la propia soberana en una visita a Valletta en 2015.
Una Reina inexperta a la que la Corona le cambió la vida
Con 25 años, la vida de la joven Isabel cambió para siempre el 6 de febrero de 1952 cuando automáticamente se convirtió en soberana británica tras la muerte de su padre. Un desafío ímprobo que hizo que todas sus prioridades pasaran a un segundo plano. Desde aquel preciso momento lo más importante era la Corona y la institución se convirtió desde entonces y para siempre en su obsesión por encima hasta de su propia familia. Su fastuosa coronación, celebrada más de un año después de su adhesión al trono, fue un vaticinio de la gran soberana en que se convertiría con el paso de las décadas cuando juró ante al arzobispo de Canterbury, Geoffrey Fisher, que gobernaría los pueblos del Reino Unido, de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, la Unión de Sudáfrica, Pakistán y Ceilán y de sus posesiones y los demás territorios, según sus respectivas leyes y costumbres.
En esos momentos Isabel era una Reina novata que contó con el apoyo inestimable de su gran amigo, el primer ministro Winston Churchill. El político británico, que ha pasado a la Historia como un gran estadista y una de las figuras clave en Reino Unido, se convirtió en el 'valido' de la recién proclamada monarca y supo en sus inicios como jefa de Estado. Ella le recompensaría de alguna manera su ayuda y el servicio al país invistiéndole caballero de la Orden de la Jarretera, la más importante y antigua de Reino Unido. Su tesón, su carácter y su espíritu de superación hicieron que esa inexperta Reina diera paso a una figura de leyenda. Desde entonces ha despachado con quince primeros ministros que van desde Churchill, pasando por Harold Wilson, Margaret Thatcher, Tony Blair, David Cameron, Boris Johnson, o la última, Liz Truss, a la que ha recibido en Balmoral hace tan solo unos días. con los que siempre fue puntual a sus audiencias semanales para debatir sobre el estado de la nación en el Palacio de Buckingham.
Reina de récord
A lo largo de su vida fue testigo de la transformación paulatina del imperio británico en la actual Commonwealth, un organismo que agrupa a países y regiones que fueron antiguas colonias de Gran Bretaña. Ha sido la monarca que más ha viajado en la historia del país y una reina que pulverizó todos los récords. En 1977 se conmemoró su jubileo de Plata, que estuvo marcado por festejos en el Reino Unido y en toda la Commonwealth. En 2002 Su Graciosa Majestad alcanzó el jubileo de oro al llegar a los 50 años en el trono. Cuatro años después, celebró su 80º cumpleaños y el 20 de noviembre de 2007 el duque de Edimburgo y ella tuvieron su 60º aniversario de bodas al que le siguió su jubileo de diamante, en 2012, y el de zafiro, (65 años reinando) en 2017. El 9 de septiembre de 2015, con 89 años, se convirtió en la soberana británica más longeva y encabeza la lista de los reinados más largos de la historia. El 6 de febrero de 2022 alcanzó su Jubileo de Platino y se programaron una serie de acontecimientos por sus 70 años de reinado.
Pese a ser una figura tan popular, poco se sabe de sus opiniones personales. Nunca expresó en público sus preferencias políticas y tuvo un profundo sentido del deber religioso y civil. Convirtió su juramento de coronación en su lema de vida. A lo largo de su vida ostentó el patronazgo de más de 600 organizaciones benéficas, alguna de los cuales cedió en vida a sus hijos y nietos.
Sus últimos años, cargados de claroscuros
Un reinado tan dilatado tuvo también momentos amargos. Especialmente difícil fue 1992, calificado por la soberana como annus horribilis en un discurso pronunciado el 24 de noviembre de ese año en un banquete ofrecido en su honor con motivo del 40º aniversario de su ascenso al trono. Por primera vez aludió a los problemas a los que se enfrentaba la Familia Real británica: el divorcio de su hija, la princesa Ana, la separación del príncipe Andrés y Sarah Ferguson y la crisis del príncipe Carlos y Diana de Gales. A esto se le sumó el incendio del castillo de Windsor, símbolo de la dinastía y su residencia favorita. Los últimos años de su reinado estuvieron marcados por las alegrías de las bodas reales de sus nietos, los nacimientos de sus bisnietos, y los disgustos por el Brexit, el abandono del Reino Unido de la Unión Europea; la amistad del príncipe Andrés con el financiero estadounidense Jeffrey Epstein, condenado por tráfico sexual y el millonario acuerdo extrajudicial que el duque de York firmó con la mujer que le demandó por presuntos abusos; la pandemia provocada por el coronavirus -que la obligó a recluirse en el Castillo de Windsor-, la sonada marcha de los duques de Sussex de la primera línea de la Familia Real y la muerte de su marido. Todo ello le otorgó un protagonismo poco deseado.
Prácticamente hasta el final, Isabel II conservó intacta su pasión por los caballos y los perros, especialmente los corgis. Desde que con cuatro años le regalaron un poni llamado Shetland, la Reina siguió adquiriendo y criando caballos, un mundo que le fascinó y en el que fue toda una experta. Recorrió el mundo acudiendo a eventos ecuestres y vio como sus purasangres competían en afamados hipódromos, incluso llegaron a ser campeones en Ascot. Mujer intrépida donde las haya, la edad nunca fue un impedimento y por eso asombró al mundo cuando a los 94 años posó montando sobre un equino. Además de los caballos, los perros ocuparon un lugar destacado en el corazón de la monarca. Desde que subió al trono siempre tuvo, al menos, un corgi, una raza que la cautivó desde que era una adolescente. Su padre le regaló a Susan por su 18º cumpleaños. Desde entonces tuvo más de una treintena de canes, muchos de los cuales fueron descendientes directos de su primera mascota. Un hobby menos conocido fue su afición por el baile country escocés. Cada año, durante su estancia en el Castillo de Balmoral, la Reina ofrecía bailes, los llamados Gillies Ball, para los vecinos y su personal.
Una Reina convertida en icono
La influencia de Isabel II traspasó fronteras y lo abarcó todo. Tanto es así que la imagen de la monarca se convirtió en una potente marca personal que inspiró a muchos. Su vida se llevó a escena en multitud de películas y series. Fue retratada desde por Andy Warhol hasta por Lucian Freud. No en vano fue una de las mujeres más fotografiadas del mundo. Incluso el movimiento punk la inmortalizó para siempre con la versión de God save the Queen de los Sex Pistols.
También en el mundo de la moda, Isabel II creó estilo. Su ropero, como todos los aspectos de su vida, estuvo siempre al servicio de sus obligaciones y supo darle su inconfundible estilo. Sus zapatos, bolsos, guantes blancos y sombreros nunca se separaron de ella y los colores vibrantes (ella antes que nadie usó el color block) la hicieron reconocible entre las multitudes. Con la cuidada selección de su impresionante joyero, sus looks campestres -falda escocesa y pañuelo sobre la cabeza- mandaba mensajes en cada una de sus apariciones. Ya fuera en público o en privado, Isabel II, la Reina de todas las reinas, jamás soltó el cetro.
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